jueves, marzo 20, 2008

Hacia un cambio en la Universidad (Por Jesús Abenza, alumno de 6º de Medicina)

Szasz y Hollender, teniendo en cuenta el grado de actividad y participación de médico y paciente en la interacción, describen tres niveles o modalidades de relación médico-paciente (o enfermo), la clásicamente denominada RME:

  • El nivel 1, de "actividad del médico y pasividad del enfermo", es el tipo de relación que se produce en situaciones en que el paciente es incapaz de valerse por si mismo.
  • El nivel 2, de "dirección del médico y cooperación del enfermo" (o relación paternalista) El médico dirige, como experto, la intervención adopta una actitud directiva, y el paciente colabora contestando a sus preguntas, dando su opinión, y realizando lo que se le pide.
  • El nivel 3, de "participación mutua y recíproca del médico y del paciente" (o relación adulto-adulto). El prototipo de relación que establecen es el de una cooperación entre personas adultas.
Comentaba el otro día con algunos profesores que el alumnado actual tiende, generación tras generación (o mejor dicho: promoción tras promoción) a desvincularse de la propia Facultad. De tal forma que, muchas veces, el propio alumno desconoce cómo se organiza su Facultad, su titulación, su plan de estudios, sus prácticas. La mayoría del alumnado desconoce lo que su Facultad podría (y debería) hacer por y para él, tanto en materia de servicios académicos como extraacadémicos.

Recuerdo que en mi segundo año de Medicina me convocaron urgentemente a una votación para la elección del Decano. No tenía ni idea de que yo tuviese voz/voto en tales asuntos. Cuatro años después, sé que la Junta de Facultad no es una mera reunión, sino que en ella se tratan temas de vital importancia para el alumnado. De ahí la importancia de que los alumnos estén representados y se vean implicados en los mismos; pues son ellos, en última instancia, quienes tendrán que padecer/disfrutar los resultados.

Hace algunos años tuve un profesor de Fisiología Humana (del cual espero que, en unos meses, me imponga la Beca como Licenciado en Medicina) que cambió mi forma de ver la carrera: “Que la universidad pase por tí y que no sólo pases tú por ella”, me dijo y me repitió cada vez que me veía. Quiso decir, a mi entender, tres cosas:
  • Que me empapase de todo el conocimiento y saber posible, no como un “estudiante papagayo” (que estudia y escupe la materia en el examen) sino que aprendiese todo cuanto pudiese, pero que lo aprendiese bien y de forma útil para mi trayectoria profesional y humana.
  • Que no me conformase con aprender Medicina, que aprendiese de todo. ¿Por qué, con qué finalidad? Pues para formarme íntegramente como persona.
  • Que mi paso por la universidad fuese fructífero en cuanto a resultados. Y no sólo académicos, que no siempre dependen de cuánto y cómo estudies una asignatura (existen ejemplos imperdonables de cómo un profesor, con su examen, trunca las aspiraciones de toda una promoción de alumnos). Sino también extraacadémicos: promover (en palabra y obra) mejoras, cambios, propuestas, soluciones… implicarse en la planificación del curso, en los planes de estudios, etc.
Pasamos nuestra juventud intelectual en la universidad, por ende, es el momento de formarnos plenamente en todas las esferas de la personalidad y de la capacidad intelectual. Ciencia, arte, literatura, política, debate… todo tipo de conocimiento (así como los medios en base a los cuales adquirir este conocimiento) tienen cabida en la universidad pública.

Ésta es la gran asignatura pendiente de la universidad pública: recuperar el papel activo y primordial del alumno como motor de la educación. Esto es lo que pretende el nuevo plan de estudios (la Convergencia Europea).

Sabemos que el alumnado es un ente que actúa a expensas del resultado que se le exige; no es un colectivo que piense, prioritariamente, en estos menesteres extracurriculares pero tan o más importantes para su formación como cualquier seminario o clase magistral. Podemos asumir que, ahora, la piedra está en el tejado de los docentes…

Volvamos de nuevo al inicio de este artículo, a los modelos de RME, sólo que ahora el médico es el docente, y el paciente es el alumno.

¿Sabrán (y querrán) los docentes amoldarse a esta nueva situación o, por contra, seguirán su actual proceder basado en planes de estudios extintos e inoperantes? ¿Se involucrará el profesor en la ardua (y, a corto plazo, desagradecida) labor de implicar al alumno? ¿Y los alumnos, responderán a su nuevo rol –más participativo y exigente- o seguirán “pasando por la universidad? ¿Cambiará la relación contractual de medios, a veces paternalista (y otras veces despótica) hacia un modelo contractual de fines, más cooperativa y lógica entre adultos?

Todos debemos tener clara la siguiente cuestión: el modelo RME nos sirve de ejemplo y de guía a la hora de formar a los nuevos profesionales de la salud. Si la tendencia actual de la Medicina (y la Odontología, la Enfermería y la Fisioterapia) es converger hacia un modelo de prevención, promoción y asistencia sanitaria de cooperación (modelo de relación adulto-adulto); no podemos pretender seguir formando a profesionales de la salud en base a modelos distintos y anacrónicos (paternalismo, despotismo –ya fuese ilustrado o falto de luces-, contrato de medios).

Está en todos nosotros el adaptar nuestra labor y nuestro enfoque, como alumnos y como docentes, para que las nuevas generaciones de profesionales de la salud posean la mayor calidad científica y humana posible, en base al desarrollo de todo su potencial…

… O lo que es lo mismo, eso de lo que tanto se vanaglorian las universidades públicas (más bien, sus gerifaltes) y que, muchas veces, poco o nada tiene que ver con la realidad: la excelencia profesional.

Meditemos el asunto.

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